martes, 1 de septiembre de 2009

Scars on His Face - Louis I. Kahn

Hoy en clase vimos la primera parte de un video sobre la vida de Louis I. Kahn. El documental, llamado "My Architect" ha sido hecho por su hijo, Nathaniel Kahn, quien, al ser hijo ilegítimo de Louis nunca llegó a conocerlo tanto como le hubiera gustado. Por eso, 26 años después de la muerte de su padre, empieza un viaje para descubrir quién era realmente Louis Kahn.



En lo poco que vimos del video, hay algo que me llamó mucho la atención. Cuando pasaron imágenes del Salk Institute for Biological Studies, en La Jolla, California (arriba), se mencionó que este fue la primera obra con la que el Louis Kahn estuvo realmente feliz. La terminó a los 65 años de edad.

Es interesante ver cómo esta obra refleja muchas rasgos de su autor. Ya sean la grandeza y majestuosidad de la antigua Roma que inspiraron a Kahn, o detalles tan sutiles como el hecho de que se hayan dejado al descubierto algunas "cicatrices" en la obra, resultados del proceso de construcción, el Salk Institute dice mucho más sobre Louis Kahn que cualquier ser viviente en esta tierra. Kahn era un apasionado de la arquitectura de la antigua Roma, y después de pasar varios años estudiándola y visitándola, trasladó las ruinas del pasado al lenguaje de la arquitectura moderna.



Pero quizás lo que más me impresionó es lo de las imperfecciones que se dejaron a propósito en la obra. Uno de los hombres que trabajó cercanamente con el arquitecto en la construcción del Salk Institute mencionó cómo Kahn decía que era importante ver cómo la obra había sido creada, trasladada a la realidad, y que por ello dejaba que se vean las "cicatrices" del proceso. Sin embargo, todo cambia cuando uno lo relaciona con las cicatrices que Kahn tenía en la cara y en las manos. A la edad de 3 años, en Estonia, lugar de su infancia, Kahn vio unos pedazos de carbón que aún brillaban por el calor del fuego. Atraído, como cualquier niño, por el color y la curiosidad, puso el carbón caliente sobre su mandil; inesperadamente, la ropa se prendió en llamas, y el pequeño Louis sufrió quemaduras en las manos y la cara - las cicatrices que tuvo hasta el día de su muerte. Su padre pensaba que hubiera sido mejor para Kahn morir que vivir con ellas, pero su madre lo defendió diciendo que llegaría a ser un gran hombre gracias a ellas. Tal vez lo que Kahn sentía y quería transmitir al resto de la humanidad es que el proceso es tan importante como el resultado. Es lo que forma, moldea y define, aquello que marca para bien o para mal, que deja huella pero que finalmente es parte de cada uno y que no se puede ni debe esconder.

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